3 sept 2010

Mirada Extra-Chejoviana II

Las trillizas de bronce.

"Ma, la seño Olga hoy nos retó a todos porque no hicimos la tarea", decía la vocecilla de un pequeño escolar. Por ahí se escuchó decir que la señora del telégrafo atiende de muy malagana. Es que no saben que la casa de las Posorov ha quedado patas para arriba, sobretodo porque Andresito anda jugando a la casita robada con las cartas... y perdió la casita. A esto se le suma la llegada de esa rubia quenoséquiénsecreequees, dando órdenes por ahí, y encima con ese nombre de vedette de revista cara/barata e insulsa.
A pesar de tantos desbarajustes, a las tres hermanas no les falta el tiempo para dedicarle a sus asuntos amorosos, excluyendo a la pobre Olga, que ya está resignada, vivirá para y por sus alumnos.




Mascha no puede con su matrimonio, que lo único que hace es mantenerla infeliz. La casualidad está de su lado, y le acerca un epecímen único, con una mochila un poco cargadita de pasado, pero nada obstaculizante. A Irina le sobran pretendientes, pero sólo puede ver dos: el más insoportable ser que conocerá en su vida y el más feo ser que conocerá en su vida. Su balanza se inclina por la fealdad, generando un trágico final en este triángulo no tan amoroso.
Pareciera que el menos involucrado en la historia, y por eso más feliz, es el abuelo Ferapont. Tal vez sea porque de nada se entera, de lo sordo que está. Nos convendrá seguir su ejemplo?

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