Había una vez, en un país lejano, un monje benedictino llamado Guido D'Arezzo, al que le gustaba mucho mucho la música, y una de las canciones que más le gustaba era una conocida canción que era un himno a Juan el Bautista. Esta canción tenía la mágica particularidad de que cada frase musical empezaba con una nota superior a la que antecedía. Decía algo así como:
Ut queant laxis,
Resonare fibbris,
Mira gestorum,
Fámuli tuorum,
Solve polluti,
Labii reatum,
Sancte Ioannes.
El problema que tenía Guido era que no sabía cómo llamar a esos sonidos tan agradables para sus oídos. En ese momento todos llamaban a las notas como el abecedario, o sea, A, B, C, D, E, F y G, pero a Guido le parecía super aburrido. Entonces Guido tuvo la divertida idea de emplear la primera sílaba de cada frase para identificar las notas que con ellas se entonaban, que serían:
Ut queant laxis,
Resonare fibbris,
Mira gestorum,
Fámuli tuorum,
Solve polluti,
Labii reatum,
Sancte Ioannes.
Pero después vino un malvado señor, que se llamaba Giovanni Battista Doni, y aprovechando que Guido ya no existía, cambió la nota Ut por Do, porque era muy muy malo. Pero después se dieron cuenta que sonaba mejor Do que Ut, y que Giovanni era muy muy bueno en el fondo, y su bondad afloró con mucha magia.
Y colorín colrado, este cuento se ha terminaDOOOOOOOOOOOOOOOOO....
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